Las tortugas marinas
resurgen del pasado

por Michelle María
Early Capistrán


Durante casi 400 años, los galeones de Manila zarparon de Asia con rumbo al puerto de Acapulco cargados de porcelana, sedas, especias y demás tesoros de los confines del mundo conocido. Tras casi tres meses de viaje, arribaban a las costas de Baja California sin escolta naval, con tripulaciones famélicas y enfermas. Los corsarios ingleses y holandeses conocían bien la vulnerabilidad de los barcos del tesoro en las costas desérticas de Cabo San Lucas, y en las aguas circundantes esperaban ansiosamente la oportunidad de asaltar las naves y apañarse sus riquezas.

Las tortugas marinas eran parte importante de la dieta de los corsarios ya que se podían guardar vivas durante semanas o meses. Los diarios de corsarios como George Anson, Edward Cooke y Woodes Rogers contienen descripciones detalladas de cómo, dónde y cuántas tortugas capturaban a lo largo de la ruta entre Lima y Cabo San Lucas. Casi cuatro siglos después, sus diarios son un recurso valioso para entender los cambios en los ecosistemas marinos: nos ofrecen un vistazo a los mares del pasado lejano. Por ejemplo, el corsario Edward Cooke escribió detalladamente acerca de sus viajes a las Islas Marías, en el Golfo de California. Ahí, su tripulación podía capturar hasta 100 tortugas en una noche en tierra y guardarlas hasta seis semanas sin agua ni comida. Sus diarios también ofrecen una de las primeras descripciones de anidación masiva de tortugas marinas en el Pacífico Oriental.


Un mapa mostrando la ruta de Thomas Cavendish quién famosamente saqueó el galeón español Santa Anna en Baja California.


A través de la investigación en archivos y de la memoria intergeneracional de los pescadores, en conjunto con la literatura científico, intento evaluar los cambios en la población de la tortuga prieta (Chelonia mydas) en la península central de Baja California hasta donde lo permita la cronología. Al analizar la memoria colectiva, el registro arqueológico y los datos grises ―diarios, fotografías, y bitácoras de viajeros, entre otros― podemos entender los cambios en las relaciones humano-ambiente y prevenir el “síndrome de desplazamiento de la línea base”, una situación en la cual se pierde el conocimiento de los ecosistemas pasados porque los humanos difícilmente percibimos los cambios a lo largo de generaciones, siglos o milenios.


El pasado

Los primeros humanos en migrar a la península de Baja California se encontraron con un entorno vasto y árido en el cual el agua y las plantas comestibles eran escasas; sin embargo, los mares abundantes proveían una variedad de alimentos como moluscos, peces y, por supuesto, tortugas marinas. Las tortugas marinas son uno de los taxones más comunes hallados en los sitios prehistóricos y se capturaban con arpones especializados. Las tortugas marinas también aparecen en el arte y los entierros prehispánicos de la cultura Cochimí, sugiriendo que tenían una importancia tanto simbólica como alimenticia. La llegada de los misioneros españoles en el siglo XVII generó cambios profundos: el asentamiento forzado de la población nómada, los conflictos y las enfermedades causaron la mortandad masiva de la población nativa, la cuál quedó diezmada en menos de dos generaciones.

El establecimiento de las misiones y la llegada de colonos de Europa y el interior de la Nueva España (y posteriormente el México independiente) llevaron a la formación de una sociedad mestiza, la de los Californios. Dedicados principalmente a la ganadería, vivirían dispersos en ranchos y pequeñas comunidades a lo largo de la península desértica. Las tortugas marinas adquirieron una gran importancia los aislados presidios del desierto ya que una tortuga prieta juvenil de tamaño medio puede alimentar hasta a veinte personas y conservarse salada durante semanas o meses. Las tortugas marinas, conocidas en la región como caguamas, se comían en sopas y filetes, asados a fuego abierto y conservadas en cecina y machaca; en algunas comunidades, se consumían hasta dos o tres veces por semana y sustituían otras proteínas como el pollo y la res. Además, las tortugas marinas se utilizaban con fines medicinales y en procesos productivos como el curtido de pieles.

La pesca ballenera en las lagunas de Baja California a mediados del siglo XIX generó registros detallados de las capturas de tortugas marinas. Las tortugas se consumían en los largos viajes balleneros y, conforme se desplomaron las poblaciones mundiales de ballenas y los viajes se volvían menos rentables, las tortugas marinas complementaban los escasos ingresos obtenidos del aceite de ballena. El capitán Charles Scammon, ballenero y naturalista, describió la abundancia de las lagunas bajacalifornianas y sus aguas “repletas de ballenas, toninas y peces de gran variedad” donde “las tortugas y las focas toman el sol en las playas”. Científicos como el afamado biólogo André Agassiz también visitaron la península en el siglo XIX. En 1889, Agassiz reportó una captura de 162 tortugas prietas en un solo arrastre de una red de cerco, agregando que casi 80 más escaparon de la red antes de llegar a la playa.


Pescadores en una panga, 1970s. Gentileza de la familia Verdugo, Bahía de los Ángeles, Baja California, México.


A lo largo del siglo XX, las tortugas marinas se capturaban con fines de subsistencia en canoas de madera impulsadas con remos o canaletes. En las noches despejadas, los arponeros seguían “la fosfórica”, una estela bioluminiscente dejada por las tortugas al nadar. Remaban silenciosamente, con trapos en las chumaceras para evitar los chirridos del metal. El arponero, vigilante en la proa, le señalaba el rumbo al timonel y al alcanzar a la caguama tiraba el arpón con la fuerza necesaria para perforar el caparazón sin romperlo. El clima, las mareas, la pequeña población humana y el difícil arte del arponeo eran limitantes a las capturas. Tanto los pescadores como los científicos concuerdan al describir una gran abundancia de tortugas prietas a mediados del siglo XX: en una noche favorable, el único límite a las capturas era lo que le cupiera a la embarcación. Un pescador recuerda una ocasión en la que su equipo capturó alrededor de 120 tortugas en una sola noche. David Caldwell, biólogo marino que trabajó en la comunidad de Bahía de los Ángeles a inicios de la década de 1960, reportó más de 500 tortugas desembarcadas en tres semanas. Sin embargo, esta gran abundancia pronto cambiaría.

Durante la década de 1960, el crecimiento económico de las ciudades en la frontera México-E.E.U.U. trajo consigo una gran demanda de platillos de caguama como caldos, milanesas o turtle steaks y aletas rellenas. Esto coincidió con la llegada de los motores fuera de borda, las pangas de fibra de vidrio y las redes caguameras. A inicios de la década de 1970, se abrió la primera carretera en la península y el conjunto de demanda, tecnología y comunicación conllevó un crecimiento exponencial en las capturas de tortuga prieta, al grado de que hubo un colapso comercial a inicios de la década de 1980. En contraste con las capturas masivas de mediados del siglo XX, sólo se capturaron 300 tortugas en condiciones de monitoreo científico entre 1994 y 2004. En diez años, se capturaron menos tortugas que en un mes a inicios de la década de 1960.


Foto: Michelle María Early Capistrán.



El presente

Durante la década de 1960, el crecimiento económico de las ciudades en la frontera México-E.E.U.U. trajo consigo una gran demanda de platillos de caguama como caldos, milanesas o turtle steaks y aletas rellenas. Esto coincidió con la llegada de los motores fuera de borda, las pangas de fibra de vidrio y las redes caguameras. A inicios de la década de 1970, se abrió la primera carretera en la península y el conjunto de demanda, tecnología y comunicación conllevó un crecimiento exponencial en las capturas de tortuga prieta, al grado de que hubo un colapso comercial a inicios de la década de 1980. En contraste con las capturas masivas de mediados del siglo XX, sólo se capturaron 300 tortugas en condiciones de monitoreo científico entre 1994 y 2004. En diez años, se capturaron menos tortugas que en un mes a inicios de la década de 1960.

Si bien la población de C. mydas ha crecido en comparación con los niveles de abundancia de finales del siglo XX, para evaluar su recuperación es necesario compararla con una línea base previa a la explotación comercial. Esta situación no es exclusiva de Baja California ni de las tortugasm marinas: puesto que el monitoreo de muchas especies marinas es relativamente reciente en gran parte del mundo (las cronologías rara vez abarcan más de 40 o 50 años), hay un alto riesgo de subestimación de la abundancia pasada de las especies y los ecosistemas marinos. Por esto, es fundamental observar el pasado —tanto el registro científico como la memoria colectiva de pescadores, piratas y balleneros— con tal de entender los cambios en el océano.



Entrevista con un pescador de tortuga en Baja California. Video: Michelle María Early Capistrán.




 


 

Aunque Michelle María Early Capistrán es antropóloga cultural, las corrientes del Océano Pacífico del Norte la llevó a la biología marina. Recibió un título de posgrado en Ciencias del Mar y Limnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e investiga las interacciones humanas a largo plazo con los ecosistemas marinos mediante la integración del trabajo de campo etnográfico, la investigación de archivo y análisis estadísticos. Es autora del libro Voces del Oleaje: Ecología Política de las Tortugas marinas en la costa de Oaxaca. Síguenla en Twitter: @earlycapistran.


 
Diseño: Aleszu Bajak.
 
Foto de portada: America septentrionalis: Jan Jansson (1641). Glen McLaughlin Map Collection, Stanford University Libraries.